¿Cuántas veces nos hemos visto en contextos organizacionales reaccionando como locos al movimiento permanente de la organización?, ¿cuántas veces tenemos la sensación de estar remando para sostener el lugar? Mucho de eso tiene que ver con la forma tradicional en que estamos abordando las tensiones de la organización.
Las organizaciones están sometidas a diversas tensiones. Muchas de ellas son internas (cambios en estructura, cambios en los equipos, incluso cambios en la infraestructura) y muchas otras externas (cambios en regulaciones, nuevos actores en el mercado, entorno económico, entre otras). Estas tensiones se expresan en los individuos, en partes de la organización (círculos de influencia) y/o en la organización en su conjunto. Y se ponen de manifiesto en la forma que se abordan y que son (o no) gestionadas.
Podríamos decir que las tensiones son una parte constitutiva del proceso adaptativo organizacional, siendo verdaderos gatillos de reacciones individuales y colectivas, muchas de ellas emocionales (quizás donde hay más ceguera e incapacidad para gestionar) y otras tantas más racionales, las que se manifiestan en planificaciones, rediseños, nuevas políticas y un sin fin de respuestas que buscan llevar nuevamente a la organización a su estado “normal”.
Muchas de estas tensiones surgen de la brecha entre lo que está sucediendo y lo que “debiera” suceder (o se espera que suceda). Es esa diferencia de expectativas la que nos genera una movilización tomando acción para ir de un punto presente a un futuro esperado. Sin embargo, muchas de estas iniciativas fracasan y terminan enjuiciando el recorrido, revisando el diseño o responsabilizando a aquellos que estaban a cargo del proceso.
El tema es que estamos permanentemente evaluando, emitiendo juicios sobre lo que ya sucedió y sobre el futuro, muchas veces arrojados a esos espacios (pasado y futuro) sin reconocer que ambos son una forma de habitar el presente continuo. No existe pasado ni futuro, sino un presente permanente que se construye y alimenta de lo que sucede y orienta hacia donde nos estamos moviendo.
En ese sentido, el decidir abordar una tensión interna o externa por medio de la evaluación de las brechas entre lo actual y lo futuro, puede ser altamente entrópico e ir sucediendo un movimiento permanente sin la gestión adecuada en el presente, sólo con foco en el futuro.
La gestión de tensiones organizacionales pone el foco en otro lado. Primero busca que las tensiones estén declaradas, que cada integrante de la organización sea capaz de manifestar la tensión que está viviendo, para posteriormente articularla en función del presente haciéndose la pregunta ¿qué es lo que se necesita ahora dada esa tensión? El foco no está en la brecha, ni en el estado buscado, sino en lo inmediato, articulando de esta forma un driver de acción que nos permita movilizarnos y evaluar continuamente si aquello que estábamos necesitando ha sido logrado.
Esta pequeña diferencia hace un tremendo cambio. La organización adquiere flexibilidad, agilidad y efectividad, dejando de lado patrones de inacción y lentitud que tradicionalmente se traducen en reunionitis o planificacionitis.