por Andres Alvayay
Una parte importante de las discusiones sobre el estado actual de nuestra sociedad y de nuestra relación como raza humana con el medio natural, han tendido a converger hacia el rol que cumplen las organizaciones y particularmente las empresas como motores de cambio.
Sabido es que, desde la primera revolución industrial, ha sido principalmente la empresa privada la generadora de innovaciones y de soluciones a las necesidades humanas. Sin embargo, no se puede desconocer que también ha sido responsable de aumentar la brecha entre los que tienen más y los que tienen menos, una sobre utilización de los recursos naturales y en general, una degeneración del medio ambiente que pareciera no tener vuelta atrás.
Ante este escenario, el rol actual de la empresa se encuentra en un punto de inflexión: continuar con el papel que ha desempeñado hasta ahora, navegando a través de victorias en el corto plazo, pero a la larga sumando más impactos negativos que positivos y por lo tanto continuar con un sistema que a todas luces no es sostenible en el tiempo, o cambiar sus paradigmas hacia unos paradigmas de sustentabilidad y creación de valor compartido. Quienes han visto que un cambio de rumbo es necesario, reconocerán una tercera vía: continuar con las mismas lógicas de siempre, significa perecer y ante esto, han sido muchas las empresas que han diagnosticado esta tensión, identificando los primeros síntomas en modelos de negocios que ya no responden a lo tradicionalmente conocido, movilizándolos urgentemente a impulsar algún tipo de cambio.
Frente a esto, no es de extrañar que las principales competencias que hoy busquen las organizaciones, ya no están relacionadas con el conocimiento, sino que se habla de formar equipos resilientes, capaces de gestionar el cambio, la innovación y de autogestionarse. Y si bien es un avance que permite a nuevas generaciones ingresar a un mercado laboral que parece hacerse cargo de las características que los hace tan especiales, la mayoría de organizaciones aún se encuentran enmarcadas en un sistema en el que predomina el éxito económico por sobre todas las cosas.
El tener políticas de responsabilidad social ha permitido a empresas a acceder a nuevos mercados e inversionistas. El ocupar productos orgánicos ha significado acceder a nuevos nichos de mercado que antes no existían, entregando un nuevo tipo de valor a consumidores más informados y con mayor poder adquisitivo. Que una empresa tenga buenas prácticas laborales y beneficios para sus trabajadores no es solo una estrategia para lograr mejores niveles de productividad. Debiese ser entendido como parte integral de un proceso de creación de valor destinado a resolver desafíos que como sociedad nos impiden alcanzar mayores niveles de bienestar.
Y sin embargo, aun ante tal escenario, son pocas las organizaciones que han redefinido sus indicadores de éxito, orientándolos hacia la creación de valor de forma compartida con la totalidad de sus stakeholders.
Es aquí donde vemos la importancia de redefinir las bases sobre las cuales se sustenta un modelo que si bien, a veces parece más compasivo, en el último tiempo y de manera cada vez más frecuente ha tendido a mostrar su peor cara.
Cada día son más los científicos e intelectuales que señalan que nos encontramos ad portas de un nuevo proceso de extinción. Ante esta situación, creemos que la creación de valor debiese ser el mantra bajo el cual no solo las organizaciones debiesen regirse, sino que todos debiésemos conducirnos de forma tal de poder generar valor, incluso en nuestro día a día.
Mientras buscaba inspiración para escribir este artículo miraba los edificios de oficinas con personas que en su mayoría trabajan creando valor a su manera, algunos organizados con otros en unidades conocidas como empresas, pero en general sin contar con una visión común de lo que se quiere lograr.
Es por eso vemos que, si bien estamos en un punto en el que la sociedad requiere de un cambio de paradigma, también estamos en un momento de la historia de la humanidad en el que están disponibles las herramientas para hacer algo al respecto a una escala que genere el momentum necesario para repensar el actuar individual y redefinir el rol de las organizaciones.
Redefinirlas como sistemas donde las personas se desarrollan y cubren sus principales necesidades, mientras trabajan colaborativamente para resolver desafíos que, si no son atendidos, pueden generar el fin de la especie. Ya no basta con no contaminar, se requiere eso, proteger y crear más áreas protegidas. Ya no sirve comprar productos que hayan sido fabricados con buenas prácticas de producción, se requiere avanzar hacia una lógica de productos con una mayor durabilidad y capaces de ser completamente reciclados.
El cambio de enfoque hacia una constante creación de valor y la regeneración del medio natural es un cambio cultural que debemos afrontar como ciudadanos del planeta. Como cualquier proyecto, es una tarea que requiere de un diseño y una ejecución acorde a las distintas realidades locales.
Una interesante iniciativa en este sentido ha sido la impulsada por investigadores alrededor del mundo (Antropólogos, Consultores, Psicólogos, Ingenieros, Biólogos, Sociólogos, Economistas, entre otros), quienes han visto la importancia de desarrollar espacios para el estudio de la evolución cultural de las sociedades y están generando a una escala global, laboratorios destinados a diseñar los cambios necesarios para actuar frente a una crisis que si bien nosotros hoy no percibimos su impacto, el resto de las especies del planeta, el medio natural y una gran parte de la población que vive en la pobreza ya los ha sentido.
Creemos que esta es una de las tareas más importantes de nuestra época, y su mayor triunfo, será sumar a las empresas y organizaciones que conforman nuestro sistema económico. Desde Plataforma Aurea, estamos felices de estar colaborando con diversas empresas en sus procesos de cambio cultural, hemos visto que es posible. Hemos sido reconocidos en distintas instancias por nuestra labor en esta materia, por lo que constituye un enorme orgullo haber sido invitados a participar de la conformación del primer Laboratorio de Diseño Cultural de Latinoamérica, una iniciativa que esperamos, sirva para darle forma al futuro que queremos sino para nosotros, para quienes vengan después.
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