por Carlos Gonzalez
Cita Savater, en alguno de sus textos, al andaluz que, tras reflexionar sobre la futilidad de la vida, se pregunta (le veo rascándose la cabeza, o mirando en lontananza con perplejidad o tristeza) “y ¿too pa’qué?”.
Es una pregunta central, y en tiempos en que aún ansiamos asirnos a fundamentos sólidos, suele encontrar en ciertas formas de cinismo y nihilismo hedonista una respuesta que elude nombrar la nada.
En el número recién pasado de nuestro newsletter escribíamos sobre el orgullo de ser empresas B, un modo de acoplarnos al movimiento aún no plenamente articulado que tiene el propósito de contribuir a una mejoría de la situación global. Como advertirá algún lector, evité decir bien colectivo o un mundo mejor o (peor aún), bien común. Respuestas al pa’ qué que actualmente suenan ilusas y naif.
Cuando hablamos de integralidad, entre otros aspectos, nos referimos también al cultivo de un modo de ser o de habitar capaz de sostener el vértigo de descubrir en la carne la fragilidad de nuestra existencia, el hecho de que todo fluye más allá de cualquier posibilidad de control, de que no hay un terreno sólido donde parase a mirar o pensar más allá o más acá del acto mismo de estar siendo. Y asumir ese ser pregunta abierta o incertidumbre para lanzarse con alegría a esa nada que espera por nuestra libertad creadora: un intento épico por dejar marcas en el camino. Marcas bellas.
¿Y too pa’qué? Para nada, pues, respondemos: Para todo. Personas implicadas, “creactivas”, despiertas.
Haciéndose cargo del cultivo de sí y de su relación con el entorno y los otros. Suena volao. Por eso ofrecemos año a año el Programa de Formación de Facilitadores Integrales Áureos. Es nuestro aporte para el vuelo.
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